
Columnista:
María Angela Botero Saltaren
Uno de los recuerdos que me marco en el mundo de los museos, fue mi primera capacitación como guía, la recuerdo con cariño y claridad, pues fue allí donde aprendí el valor de la información cotidiana en el relato histórico. Si bien estos chismes (chusmerios, cahuines) no hacían parte del discurso “oficial” que debíamos transmitir desde el museo, si fueron los que más me quedaron grabados. Me encantaba escuchar a mis capacitadores contar sobre las anécdotas históricas que acompañaban a cuadros, esculturas y otros objetos que estábamos aprendiendo.
Con el tiempo incorporé los relatos sobre anécdotas cotidianas a la formación de educadores de museos, pero esta vez como parte fundamental en la capacitación de los mismos. Durante la formación de los guías solíamos analizar las principales piezas del guion, empezando por una investigación documental de los objetos, la cual debía incluir los datos tradicionales de la documentación de bienes como: nombre, origen material, etc. y adicionalmente, debían averiguar una anécdota relacionada con el objeto, su autor, su época histórica, su adquisición ó cualquier detonante que permitiera fijar en el recuerdo la información alusiva al objeto en cuestión.
En su momento fue una decisión intuitiva producto de mi propia experiencia, pero con el tiempo me incorporé en el tema de la memoria sus pilares y potenciadores, de estos últimos aprendí que son: el humor, la emoción, el ritmo y el color. Fue entonces cuando comprendí la efectividad de este tipo de relatos en el aprendizaje en general y en la capacitación de guías en particular. Normalmente las anécdotas están permeadas por el humor o por la emoción, de por si, es la razón por la cual perduran. Estos relatos que tenían su origen en algún escrito de la historia o la contra historia, eran muchas veces mencionados por los nuevos guías, pero en calidad de los que eran <<anécdotas>>, de las cuales, además se nombraba su fuente.
Es que si bien el discurso de la historia oficial está centrado en la información relevante para el hecho histórico, la verdad es que nuestros próceres y padres de la patria eran personas como nosotros que comían, bailaban, sufrían y estaban rodeados por una cotidianidad propia de su época: fiestas, tradiciones, formas de cocinar, rituales, poemas, etc. Es con toda esta riqueza narrativa que se pueden tejer los lazos necesarios entre el discurso oficialmente aceptado y los sentimientos de identificación que tenemos con esos personajes. Cada historia cotidiana que se cuenta sobre un personaje, evento o lugar que hace parte de nuestro acervo, estamos potenciando los procesos de memoria en los visitantes.
Como expresaría Nestor Garcia Canclini “el patrimonio de una nación también está compuesto por los productos de la cultura popular: música indígena, escritos de campesinos y obreros, sistemas de autoconstrucción y preservación de los bienes materiales y simbólicos elaborados por grupos subalternos.” (1999 – p.16)

Foto:
Familia Díaz Díaz
Vida de Campo en Maule Chile
En conclusión, el discurso de guías, gestores culturales, investigadores y otros agentes encargados de la transmisión del patrimonio no debe quedarse simplemente en la recapitulación de eventos y personajes, también requiere abordar los temas más cotidianos de los ciudadanos y pobladores que hacen parte del contexto de la historia. Esos relatos además de dar información valiosa sobre el modo de vida de cada una de las épocas, enriquece el relato, humanizándolo y acercándolo a quienes lo escuchan ó leen, permitiendo la identificación emocional.
No por eso debemos abandonar el rigor científico ó la calidad de la información, pues seguiremos basándonos en fuentes verificables, pero si podemos tomar la información de multiplicidad de fuentes, también verificables, que nos cuentan más sobre la cotidianidad, que sobre los hechos mismos.
La invitación queda abierta a todos quienes trabajamos en educación patrimonial, arriesgarnos a complementar el discurso con esos condimentos que le dan sabor a la narración. No olvidemos que por algo la raíz etimológica de saber y sabor son la misma, pues el saber debe ser ante todo sabroso.
Notas: Garcia Canclini, N. «Los usos sociales del Patrimonio Cultural» En Aguilar Criado, Encarnación (1999) Patrimonio Etnológico. Nuevas perspectivas de estudio. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. 16-33
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